domingo, 24 de junio de 2007

Puedo escribir los versos...



Un regalo para ti, Irma
María Alicia

miércoles, 6 de junio de 2007


Algo entre nosotros

Hacemos ligero abandono de nuestras casas por diferentes motivos, pero aquí a esta sala llegamos por un interés común; la escritura y hacer del momento un agrado.

Cada lunes aportamos un trabajo literario: meditados paso a paso algunos; ráfagas apasionados otros, violentados. A través de ellos nos vamos introduciendo tras el cortinaje de la vida interior de cada cual. No entregamos con la pluma un arma contra nosotros para que se nos ataque más adelante, sino que aportamos nuestras propias experiencias como signo de la madurez que estamos viviendo. Hermoso es el recuerdo que nos dio la Mistral en su poema: “Dame tú el don de la salud…” y después esta parte:

“y la cosecha de verdad, la reflexión

la sensatez, séquito de la ancianidad”

Sí, nos estamos entregando armas, como dije anteriormente; es un largo lazo el que hacemos, en que cada nudo aportado da más solidez a esta cadena. Sabemos que el puente que extendemos entre nosotros es camino abierto y que el levantar murallas nos cansa, aísla, encierra… por tanto, no ignorantes de esto, hagamos de los instantes compartidos un oasis pleno en nuestras vidas.

Respetemos y toleremos los pensamientos distintos de cada cual; sus ideologías y credos y ayudémonos ante un pensamiento errado. Seamos buenos discípulos en la ignorancia y portémonos como misioneras en lo aprendido.

Desde muy dentro de mí busqué este mensaje. No lo ofrezco a nadie en especial. Empezando por mi misma es para todos. Lo ofrezco con humildad, desde mis propias interrogantes.

Irma



Desencuentros


Aunque después de la jornada se tuviera la ilusión de un descanso, era algo que hacía meses no sucedía en Buenos Aires; siempre carreras furtivas o bombazos aislados obligaban al desvelo, sustanciado además por los rumores llegados e la frontera y el esbozo de una amenaza social. Hasta los más escépticos dudaban de la fatuidad de estos movimientos y mantenían alertas; también ella, Florencia, quien no justificaba el descontento salarial “Si tenés un buen laboro, no sós tonta y lo hacés bien, el pago es bueno. ¿Qué el mío sí y el otro no? ¿Qué la cuestión social?... ¡Esas son pavadas, como las que dice Enrique!” Era su amigo; “siempre hablando de la pobreza, el pago estrecho y otras macanas… ¡un desastre!”.

Trabajaba durante el día haciendo funcionar el elevador de un edificio comercial; en la noche estudiaba. Si ella era sólo una nena cuando él le declaró su amor y él, pretencioso, apenas un pibe. “No quiero novio”, le dijo en aquella ocasión apretando nerviosa el lazo de su vestido, casi cortándolo; él, desilusionado sintió ahogarse con la corbata que le prestara un chico vecino para llevarla al cinema.

Después lo años. Encuentros casuales. Alguna visita. Conversar. Preguntarle: “¿Ahora vos qué hacés, porque siempre estás en algo nuevo? ¿Maestro? ¿Ya eres maestro?... ¡Sós grande!”

“¿Qué hago yo? El novio se fue y qué…” No va a contar de sueños frustrados y lágrimas y eso de mirarse al espejo y contemplar a una extraña. Él, intentando aproximarse, sondeando a ver si ella tiene algo más aparte de la voz que lo atrae haciéndolo olvidar la simpatía demostrada hacia la línea política del “Capital” y que no quiere hablar de sus ideas revolucionarias, y además, una vez le dijo: ¡No!, pero a él lo desconcierta el interés demostrado por sus logros y también por su familia a la que ni siquiera conoce. Notó la preocupación, ensombrecerle la cara cuando le habló de su madre: Va a perder un ojo. No supo que ella hubiera deseado consolarlo con esa palabra mordida.

Ya no son carreras o bombazos. El ambiente es tenso. “Las diferencias te apartan y eso que está en el aire… ¡explota! ¡Cómo te cambia la vida… espantoso!”

Ella ya no siente ser Florencia, y Buenos Aires parece otra cosa y Enrique golpeando a su puerta: “Déjame entrar”.

No hay explicación; sólo le pregunta tomándola de los hombros _Florencia, ¿vos sós mi amiga? _ Lo mira. Tiene miedo, pero le dice: quédate.

“¿Qué se puede conversar esta vez?, sólo un hilo de puente”, tan frágil como ella, ahora lo contempla dormir (se había pasado una eternidad con la mirada fija y sólo abrió la boca para comer algo que le ofreció).

_ Me iré mañana temprano_ fue todo lo que dijo. Luego ese silencio gravitante… que martilla…

No sabe por qué se tendió a su lado y le acarició el pelo. Luego tocó sus manos. Una vez, él le comento: Tengo las manos grandes; indican mi origen: extracción obrera. Pero ella las siente suaves y son finas. Puso el oído sobre su pecho. Bajo la remera sintió latirle el corazón quebrantado. Sabe que no debe avanzar… NO debe. Él no despertó.

Lo miró alejarse en la mañana; las manos metidas en los bolsillo altos de su campera y aunque lo buscara en sus sueños, no volvió a saber de él hasta muchos años después. Ya entonces en Buenos Aires era costumbre ver a diario mujeres de pañuelo blanco desfilando por la Plaza de Mayo. Lo vio sonriendo, vestido de corbata, desde la pancarta que sostenía una anciana, quien llevaba un ojo cubierto.




Como tantas veces


Tercer Premio Concurso Literario MiniServiú


Cuando la lluvia cesó y el río retomó su cauce, el hombre parado ahí con su hijo de la mano supo que todo estaba perdido. Frente a él, donde estuviera su casa, sólo quedaba en pie un perro moviendo los ojos, rígido el cuerpo por el barro. No tendría un centavo para comenzar de nuevo. Un año sin trabajo había barrido, igual que la lluvia, sus últimos ahorros. No comentó nada al niño, sólo le apretó nervioso la mano. El chico no contaba más de diez años, pero su carita en aquel momento había perdido el gesto infantil y su mirada endurecida, como la de un hombre, recorrió en un silencio sepulcral el despojo que fuera su hogar.

“Vamos, hijo”. Miró al niño quien se había escurrido de su mano y se esforzaba por ayudar al perro a salir del fango, mientras éste le lamía ansioso la cara. Una vez libre, el animalito se sacudió y quedó temblando de frío. El chico se quitó la bufanda para secarlo. El padre, en silencio, lo dejó hacer. Cuando el pequeño cargó al perro en sus brazos para seguirle, él nada dijo; pensaba en su mujer que estaría impaciente en el albergue esperándole para saber si algo se había salvado. La voz del niño como un “click” lo sacó de sus meditaciones. Hablaba con dulzura al animal: “No tengas miedo perrito, te quedarás conmigo porque mi padre siempre vuelve a levantar una casa, donde sea…” El hombre, apretando los puños se volvió para ocultar la ráfaga de impotencia que le nublaba los ojos.

Regresaban lento. De improviso el niño se detuvo para preguntarle: “¿Qué nombre crees tú sería bueno para ella?, porque ¿sabes?, es una perrita.” Los ojos confiados del pequeño esperaban la respuesta; entonces se le ocurrió: “Esperanza”, le dijo acariciándole con ternura la cabeza y con ademán resuelto apresuró el paso.



El Premio


Bueno, tú habrás enviado un cuento al concurso y estaba ahí en el montón. A lo mejor casi lo olvidaste, pero recibes una llamada: “Clasificada entre las finalistas”. Es una emoción grande, también orgullo, porque seguro serás por lo menos mención honrosa. Un vuelco en el pecho; luego vendrá en de la imaginación. _ ¡Estar clasificada! _ La idea te trajina entera; sube y baja, luego poco a poco empiezas a agotarla. _ ¿Y si fuera un tercer premio? Después de todo parece no escribes tan mal_ Y ahora hurgas más profundo _ ¿Y si fuera el primero?

Te han llamado a videos y llegas con una fe de ganadora que sacaste quién sabe de dónde y te pasas los rollos… hojeas revistas femeninas. ¿Cómo irás a la entrevista?... ¡Así no! Esas son del jetset… ¡Cuidado… piano… piano…! Confórmate con lo seguro.

Viene el día de la premiación. ¡Sólo mención honrosa!... Abrazas a los ganadores. No hay envidia. De ninguna manera; sólo frustrada. Te engañaste. Debiste dejar la fantasía para otro cuento. Bueno, por último figuras en la foto. Veámosla. Ahí atrás estás tú. Se puede observar en tu medio rostro el esfuerzo que hiciste al empinarte.



La última Mampara


Cuando te llevan en la camilla sólo percibes el choque de ella abriendo la mampara, luego hay giros de ruedas y te dejan ahí, en medio de la espera. Estás sola contigo misma; tanto como debe ser que tienes la certeza de la muerte. Tal vez la inyección te ayuda a relajarte, porque tranquila piensas que si algo sucediera durante la anestesia, sería la mejor manera de morir de una cobarde.




Callejero


He vuelto al barrio después de tres días de hospitalización. Alguien de mis amados protectores en el barrio, hizo correr una bolsita solicitando ayuda para solventar mis gastos de operación. Ahora corro, no tan feliz como antes. Me han castrado. He perdido la dignidad del macho gallardo que fui. Culpo a la dama, mal interpretadora de mi intento de caricias que pensó la mordería y se quejó a la justicia provisoria (carabineros). Por “Nox Fabuli” me sentenciaron a la pena capital. Mis fans del barrio, quienes han conocido mi lealtad, están arrepentidas de haberme salvado de este juicio, testimoniando con certificado médico veterinario que con esta operación quedé “manso como un cordero”, jamás morderé.

Una señora del barrio acariciando mi cabeza me dijo: “Ojalá, Beto, no te suceda lo del lobo protegido por San Francisco de Asís (aquel contado en un poema de Ruben Darío) y te den de a palos cuando te vean más humilde aún.

Aquí sigo, perro fiel allegado por tres años al sector. Cepillado me veo elegante y hermoso. Hubiera preferido mis pulgas y garrapatas acompañándome en requiebros amorosos en una aventurera “leva” (*).

Medito sobre el hombre, quien me castigó en mi naturaleza para salvar sólo mi pellejo de pobre animal errante.

(*) Leva: Séquito de quiltros tras una perra en celo.


La pesadilla


Tenía miedo de dormir para no enfrentar esos sueños repetidos. “Todo comenzaba con un caminar entre rocas y luego venía la confusión. No saber dónde se encuentra. La búsqueda de una salida que cada vez se torna más laberíntica. Ve gente que la mira, la mira y ella perdiéndose entre aposentos desordenados. Cada puerta cruzada la conduce a otro lugar de cosas amontonadas y esa figura de espaldas que cierra y abre cajones, ¿dónde está la puerta de salida a la calle? No la encuentra. Se siente rígida como una plancha. Se ahoga, agita y el salto.

Ya está fuera de la pesadilla. Su cuerpo mojado y ese corazón que tarda en aquietarse.

No era mujer dada a las consultas de psiquiatras para encontrar respuesta a estas anormalidades. Dormir no resultaba un agrado, sino el miedo de penetrar una y otra vez en la misma pesadilla. _Es angustia. Incapacidad para tomar decisiones correctas. No sabes aceptar los cambios._

Estas y mil cosas se repetía para tranquilizarse y las noches se sucedían unas a otras con el temor de dormir y soñar.

Optó finalmente por programar paseos en auto para relajarse. Salió temprano con la esperanza de lograr un sueño reparador distrayéndose con el paisaje. Debió ser así porque ahora el auto corría entre verdes arboledas. Manejaba al descuido mirando los cerros uniformados de amarillo. Todo cambió repentinamente y con un estruendo llegó la pesadilla, buscando inútilmente la puerta. Otra vez la puerta. Tratando de salir, de no tragar el agua que poco a poco la va cubriendo dentro del auto.


Cuando la Noche


El pájaro furtivo de la noche

ha extendido sus alas en la quebrada.

Millares de luciérnagas se agitan.

Vibra el viento allá donde la luna

perfila en su pálido resplandor

el escote pudoroso de los cerros

que se curvan al roce de los vuelos.

Si la noche llegara a mi lecho

y pusiera en mi oído tus palabras,

yo también vagaría por el aire,

como incógnita estrella embriagada.


Infiel


Tiembla mi boca

cuando apuro de tu vaso

el verde amargo del engaño.



Sin ti


Las calles, el áspero gris de su empedrado.

Lloran las pisadas, sonido húmedo de almohada.

Otro día.



Así


Que mi grito oscuro

no te haga cristal.

Cierra la ventana

en un arrullo azul

y sé como lirio

entre mis sábanas.




Nocturno


En el rincón

donde la vela encendida

enaltece en la muralla

las figuras,

el verde tibio de los ojos

del felino

va danzando con la llama.





Paisaje


El gemido escarlata de la luna

se ha perdido sobre el agua desbocada.

Callan los árboles consternados.

A lo lejos, como espectro desvariado

juguetea del sol su último rayo.



Coincidencias


“JUAN Y BLANCA” dos nombres en el respaldo trasero del asiento ubicado delante de mí en el microbús # 303 en que viajo.

¿Serán grafiteros o solamente un par de enamorados? Me pregunto si también dejarán sus nombres tatuados en los árboles de sus plazas o parque que frecuenten, porque me he quedado con lo de “enamorados”.

El trayecto de mi viaje resulta liviano con mi divagar. Lo interrumpo para observar a una joven pareja en su avance por el pasillo. Facilito el acceso a la niña para que ocupe el asiento libre junto a mí corriéndome hacia la ventanilla. Él se ubica de pie a su lado. De improviso ella repara en los nombres escritos. Discretamente, le toma la mano y la desliza sobre el grabado. Unen sus ojos en complicidad. A hurtadilas se miran. Sonríen reconociéndome.

Me bajo en mi paradero. Sé que Juan y Blanca lo harán tres cuadras más allá, donde queda el lugar de su trabajo: la oficina del Adulto Mayor. Allí me han atendido personalmente todo el año en mi trajinar por sus servicios, claro que yo no sabía nada de su pololeo, pero intuyo que se bajarán con unas ganas locas de gritar en las micros su amor a pinceladas, como sus homónimos y ¿por qué no tatuar también sus nombres en los árboles de las plazas no imaginadas?




Condo-lencia


Distinguido

Alcalde de Putrimai:

Me duele dirigirme a ud. en tan penoso momento, pero no puedo quedar impasible ante su desgracia, tanto más cuando ud. ante la mía tuvo la gentileza de enviarme su condolencia al perder yo también a mi madre; fue en aquella carta en respuesta a la mía, de queja por la insalubridad del lugar donde fuera sepultada. ¿Recuerda que le hablé de esos pilares que sostenían la plataforma y que estaban deteriorados por la humedad y herrumbre? Ud. tuvo la fineza de hablar este asunto con el Director del cementerio, por ud. designado, y se dispuso parte de los fondos municipales para evitar desgracias. También, yo le decía que al reducir a mi padre, para hacer el hueco en el nicho, lo habíamos encontrado en un pozo de barro por el agua que corría desde arriba, debido al taponamiento del alcantarillado; pero no es ahora, después de tres años hablar de estas cosas en circunstancias tan calamitosas para Ud. y familia.

Yo, señor alcalde, me enteré de su duelo por los diarios y como fiel devota partidaria suya en las elecciones, me agregué solidaria al funeral. ¡Estaba todo tan lindo y conmovedor que en realidad iba llorando su orfandad!... ¿Quién iba a pensar en la traición del tiempo y que sus estragos hicieran cambiar la ruta programada hasta su mausoleo y se desviara justo el paso del cortejo bajo la plataforma mencionada?

Consternada, igual que ud. y su esposa saldo de la comitiva que no se devolvió, tuvimos que sacar fuerzas supermánicas para rescatar el ataúd de su madre Q.E.P.D., el que se había partido en dos por el rodado de escombros, cuando se produjo el desmoronamiento de la plataforma.

Ahora, ya pasado este lamentable suceso, le escribo para hacerle llegar mi apoyo a su dolor, el que no pude manifestarle en forma en aquel momento.

Sólo me queda sugerirle retirar de su cargo a tan desmemoriado Director del siempre respetado Cementerio de Putrimai.

De todas maneras, señor Alcalde, cuente con mi voto para las próximas elecciones, porque no soy resentida y a la fecha no tengo cargo alguno en el municipio, ya que a los dos años de mi carta, les compré a mis padres una bóveda y allí los trasladé en mi creencia atávica de algún remoto antecesor egipcio, de darles un viaje al más allá en buenas condiciones y con todos los pitos y petacas necesarios.

Sin más, se reitera su incondicionalidad

LUZMIRA MACHUCA